En Cartelera: Había Una Vez En Hollywood

Lo primero que habría que decir, aunque parezca de Perogrullo, es que Había una vez en Hollywood, ya desde su propio título leoniano, es un homenaje visceral al cine de los años 60 y, ya no sólo a las propias películas, sino a las formas de hacer cine entonces, incluso, hacia un estilo de vida y trabajo (que sino es lo mismo, suelen ir de la mano) ya olvidado por los tiempos de los tiempos. Porque el último Tarantino se deshace en cultura pop de los años 50-60: un auténtico baño de cine, música, televisión, estilo, locomoción… que si bien viene a revisitar la Historia de Hollywood (barrio) de una forma similar a lo que hiciera con la Segunda Guerra Mundial en Malditos bastardos (2009), lo hace desde una perspectiva desde el star system más lumpen. Tarantino nos dice que, sí, las grandes películas –como la propia Había una vez en Hollywood - siempre serán las grandes películas, pero que nadie se olvide de los seriales de televisión de los 50 (caso de The Range Rider o Rawhide), de los eurowesterns de los 60 y 70 (se cita textualmente a Sergio Corbucci, Antonio Margheriti y a nuestro Joaquín Romero Marchent), del soul de Los Bravos y los primeros The Rolling Stones –cuando suena “Out Of Time” es uno de los momentos culmen de la cinta- y de un modo de vida donde cabían, en pocas cuadras de diferencia, las fiestas de la Mansión Playboy, la comuna hippy de Charles Manson y los cines de sesión continua. Y como siempre en Tarantino es un homenaje en forma y fondo, pues no se trata solo de anclar el relato en ese arco temporal sino de regurgitar las formas con las que el cine se manejaba entonces cruzando referencia y reverencia con su habitual escritura modernista tan cercana al mash-up como al delineado de broca de su más que reconocible y disfrutable estilo.

Con todo, es probable que el público se entregue con extrañeza a larga hora que abre la película a modo de presentación, digamos, antropológica de personajes y escenarios. Con una voz en off que viene y va, saltos narrativos en ocasiones en paralelo y en otras convergentes, diálogos muy poco tarantinianos –persiste la verborrea, pero no es lo que esperamos- y una acción basada en la contemplación (o en la inacción) donde el disfrute fílmico se debe exclusivamente al empuje estético de la película. El retrato caleidoscópico del Hollywood del 69 sigue los pasos de un actor en horas bajas –Rick Dalton (Leonardo DiCaprio)- y su doble –Cliff Booth (Brad Pitt)- al mismo tiempo se nos muestra la comuna hippie de Charles Manson y el vecindario del propio Dalton en Cielo Drive, donde residían Sharon Tate (Margot Robbie) y Roman Polanski –su paso por la película es aún más fugaz que el de Steve McQueen-. Múltiples ramas para un relato que acabará convergiendo pero donde, siguiendo la máxima homérica, el viaje (aún estático) es mucho más importante que la llegada.

Con Tarantino al final es siempre cuestión de estilo. La parte central del filme son largas secuencias en paralelo –Sharon Tate en un cine, Clif Booth coqueteando con una hippie-black-widow (Margaret Qualley), Dalton rodando una western-TV- que van del cine-dentro-del-cine al “cine dentro de la sala de cine”, del american gothik a la blow buddy movie; el relato, que lleva cociéndose noventa minutos, se asienta en múltiples direcciones, descubriéndose como una película sin centro, sin lógica aparente. La dolce vita hollywoodiense abrasa subgéneros en su retrato histórico. Claro que aquí la pluma la lleva Quentin, así que ni nada es lo que parece, ni nada será lo que parecerá ser. Sin querer ya te has dado cuenta que el director se ha pasado tus expectativas por la bolsa escrotal y que hace que te empujes las casi tres horas de película sin chistar.

Hay quien la odia. Hay quien dice que es un Tarantino menor. Había quien no la ha entendido. Hay quien la ha disfrutado en parte, o mejor dicho, por partes. Y hay quienes piensan que se trata de una de las mejores orgías cinéfilas nunca vistas.


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