En Cartelera: Yesterday

Lo primero que hay que tener claro a la hora de enfrentarse a Yesterday es que no se trata de un musical. Ni tampoco de un biopic con canciones. Ni mucho menos de otro intento agreste y genérico de exaltar un legado que ni se entiende ni se consigue asimilar, como podría ser un Bohemian RhapsodyBien al contrario, en lo que respecta al último film de Danny Boyle, haríamos bien en soslayar que es este último quien se encuentra a los mandos —o algo parecido, pues el director de Trainspotting sigue en ese estado comatoso inaugurado una vez terminaron los 90— para comprender que aquí la única presencia autoral que conviene destacar es la de Richard Curtis. El cerebro del proyecto que firmando el guion de Yesterdayha hecho algo parecido a la magnífica Una cuestión de tiempo: entregar una encantadora comedia romántica a cambio de un twist que presumiblemente quiera juguetear un poco con los géneros. En la película de Rachel McAdams y Domhnall Gleeson eran los viajes en el tiempo. En Yesterday, todo ese simpático asunto de los Beatles responsable, en última instancia, de haber recabado gran parte de tu interés.

Si en ese caso Yesterday resulta no parecerse nada a esa presumible celebración del canon beatleiano, es probable que muchos puedan llevarse una desilusión. O lo harían, si John, Paul, George y Ringo hubieran tenido hasta entonces un legado fílmico a la altura de las circunstancias, y no únicamente mediocridades más atentas de invertir en derechos que de hacer algo de provecho con ellos, como Yo soy Sam o ese vacuo delirio que era Across the UniverseEn ese sentido, Yesterday es un desencuentro más en la relación de los Fab Four con el cine, pero al menos no engaña a nadie en sus aspiraciones. Dentro del film de Danny Boyle, la música de los Beatles es más un desencadenante que un elemento troncal de la propuesta, y es por ello que no hay ni una sola idea visual o narrativa relacionada con ella que no sea la inicial que vertebra la trama: ese mundo donde tras un apagón ha desaparecido cualquier rastro de existencia de la banda de Liverpool, y un pobre aspirante a músico (un efectivo Himesh Patel) es el único capaz de recordarla y aprovechar para darle un empujoncito a su carrera, mediante covers acartonados que sólo irritarán a los puristas del otro lado de la pantalla. A partir de este planteamiento, Curtis recurre a los elementos por los que es conocido su cine, esté dirigido por él o no, incluyendo un generoso plantel de personajes secundarios, un microcosmos familiar cimentado por estos, escenas de deliciosa melancolía urbana y romances entorpecidos por el enervante atolondramiento de sus protagonistas.

Dado el esfuerzo que siempre suele hacer Curtis por bañar estas propuestas en cierto costumbrismo, cuesta imaginar un matrimonio menos afortunado que el suyo con Danny Boyle. El director londinense, que ya se metió en otro atolladero autoral compartiendo créditos con Aaron Sorkin en Steve Jobs, afronta la puesta en escena de Yesterday sin saber en ningún momento qué necesita de él la historia, insistiendo patéticamente en que hubo una época donde su discurso estético era considerado relevante. Y esto lo hace con la puntual sucesión de planos de inclinación imposible, montajes confusos, y otros devaneos estilísticos que se olvidan de lo que están enmarcando, para acabar incidiendo en el desinterés de la película por transitar otros caminos que no sean los típicos y esperados de la comedia romántica. Patel sube a los escenarios, trata de aprender las canciones de los Beatles a golpe de recuerdo —coyuntura que acaba facilitando los mejores gags—, y lidia con las intrigas y deshumanizaciones de la industria musical, representadas por una Kate McKinnon desatada, pero no exactamente en el mejor sentido. Contando Yesterday, por tanto, con demasiados ingredientes como para dejar claro de primeras de qué nos quiere hablar.

Que no es, desde luego, una carta de amor al papel que desempeñaron estos músicos en la historia del pop, aunque de vez en cuanto tenga gestos bonitos como darle por fin el peso que merece al Ob-La-Di-Ob-La-Da del Álbum Blanco. Cuando Yesterday se despoja de esos llamativos ropajes que le facilitó el inspirado pitch y se centra en su pareja protagonista, reduciendo el espacio en torno a Patel y a una Lily James con sus esfuerzos habituales (y artificiosos) de ser la persona más adorable del planeta, es cuando el espectador descubre la película que realmente está interesada en ser. Y no es una mala película, en absoluto. Es encantadora, es vitalista, y tan bonita como cualquier otra cosa que pueda esbozar el veterano cerebro de Curtis. Aunque, llegado el momento, sea inevitable preguntarse si era necesario haberse gastado tanto dinero en derechos para lo que esencialmente es un segmento de Love Actually alargado.


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