El sonido de Soda Stereo es indispensable para entender la música en español de la década 90's; pero la tragedia comenzó el 16 de mayo del 2010, cuando al término de un recital en Caracas, Gustavo se sintió mal y fue internado en una clínica en la que permaneció hasta que fue trasladado a su país natal el 7 de junio.
Desde el principio de su hospitalización, la familia del artista decidió que no habría partes médicos diarios y que, por respeto a su figura, toda la información relativa a su estado de salud se manejaría con absoluta confidencialidad.
Cuando fue traído a Buenos Aires en un avión ambulancia, los médicos que lo atendieron reconocieron que su estado era grave, porque tenía un “infarto extenso en el hemisferio cerebral izquierdo y daño del tronco cerebral secundario”.
Para mediados de junio, Claudio Pensa, director del Instituto Fleni de Buenos Aires, donde permanecía Cerati, confesó que el paciente continuaba inconsciente y sin “evolución favorable alguna”.
Durante este tiempo, el hermetismo asumido por la familia derivó en múltiples rumores sobre su muerte o una posible mala praxis en su primera atención con médicos venezolanos, lo cual fue descartado de plano por su madre y hermanas.
En octubre, Cerati fue llevado a la clínica Alcla, un centro de menor complejidad, porque en el Instituto Fleni ya no tendría avances. El diario argentino Perfil publicó un reportaje en el que relata cómo vivía su día a día el músico Gustavo Cerati:
Al contrario de lo que se piensa, Cerati no pasaba el día entero postrado en una camilla, sino que es su misma familia la que ponía la cuota de esperanza por una pronta recuperación y cumplía con las tareas de afeitarlo, cortarle el pelo, vestirlo e incluso sentarlo en un sillón.
El medio transandino dice que Cerati era despertado a las 9 de la mañana, momento en que las enfermeras lo limpiaban y vistían de jeans, zapatillas y camiseta, para luego sentarlo en un sillón frente a su cama, donde permanecía hasta casi las 8 de la noche. Amigos que lo visitaban, contaron a la publicación que al entrar parece que estuviese "sólo dormido en el sillón".
Pero el día no incluía sólo eso. La madre de Cerati, Lilian Clark, sus dos hermanas, Estela y Laura, y su tía Dora pasan largas horas con él, donde le hablan y lo animan, además de ayudarlo con ejercicios musculares.
Otro que frecuentaba la clínica Alcla es su amigo y peluquero personal, Oscar Fernández, quien ayuda a mantener el clásico look. La barba tampoco era descuidada.
En cuanto a las medidas de seguridad de la habitación donde permanecía Cerati, estas son estrictas e imperantes. Al lugar sólo se les permite la entrada a la madre, hermanas y tía, de Cerati, mediante el registro de su huella digital.
La información y trabajo del personal del recinto de salud es otro tema importante. Todos están instruidos de no pasar por el lugar si no es necesario y la filtración de información y más aún de imágenes, estaban totalmente prohibidas, situación que en estos años se cumplieron sin excepciones.
Después de siete discos que se convirtieron en clásicos, la agrupación anunció su separación en 1993 y Cerati comenzó una exitosa carrera como solista, por lo que al momento de su accidente se encontraba en la gira Fuerza Natural, título de su álbum más reciente.
En 2013 El artista Gustavo Masó, actualiza su obra “Conexión Intrauterina” la cual cuenta con la intervención de la madre de Gustavo, Lilian Clark.
Compuesta por un óleo con el rostro de Cerati, la obra fue creada originalmente en el 2011 por Gustavo Masó para celebrar el nacimiento de su hijo Luca . Para esta ocasión, el artista plástico creo un video, que llamó “el pequeño habitáculo misterioso” en el que combina la pintura, con sonidos acuáticos, latidos de corazón, risas de un bebé y la conmovedora narración de Lilian Clarke, madre de Gustavo Cerati.
“Puedo volver a sentir cómo cada célula, cada poro de mi piel, festejaron el anuncio y esa especie de inconsciencia geminiana que me hizo imaginar que era la única mujer sobre la tierra que iba a gestar en ese habitáculo pequeño y misterioso que es el útero femenino, lo más sublime de la evolución humana”.
“Suponía que ese niño o niña iba a ser el más hermoso y perfecto del mundo, porque era el mío, el nuestro. Y entonces un 11 de agosto de 1959 a las 6.30, en la Pequeña Compañía de María, nació Gustavo Adrián. Cuando lo tuve en mis brazos y lo puse sobre mi pecho, y lo conocí por fin, no podía parar de llorar de felicidad; ese pequeñito, rosado y rubio, era el que yo había acariciado con mis manos y mi alma durante largos nueve meses”.
“Fue un milagro, como yo lo suponía, claro que idéntico milagro festejaba otra mamá primeriza en la habitación contigua. Pero quién me iba a quitar la idea de que mi Gustavito era el mejor de todos”.
Finalmente Gustavo Cerati murió el jueves 4 de septiembre, tras pasar cuatro años en coma después de sufrir un accidente cerebrovascular en mayo de 2010, y será velado en la Legislatura de la ciudad de Buenos Aires, confirmó su familia a través de Facebook.
“Comunicamos que hoy en horas de la mañana falleció el paciente Gustavo Cerati como consecuencia de un paro respiratorio“, indicaron en el comunicado publicado en la red social, el cual cita al médico que lo atendió.
Aquí, una breve reseña grabada por El Renegado el día de su muerte.
Esto fue lo que pasó en las horas posteriores al show que el ex Soda dio en Caracas en 2010:
Media hora antes había terminado el último show del tour de Fuerza natural por Latinoamérica y Estados Unidos. Gustavo estaba contento y agotado, empezando a relajarse después de un mes y medio de aviones, hoteles, fiestas y conciertos. Había sido una de esas noches en las que todo salía bien: el campus de la Universidad Simón Bolívar de Caracas estaba lleno y la banda había sonado como un organismo vivo y poderoso. Después de comer con el resto del equipo en una de las carpas montadas detrás del escenario, el sonidista Adrián Taverna y el guitarrista Richard Coleman acababan de entrar a su camarín para charlar un rato. Eran sus más viejos amigos, se conocían desde comienzos de los ‘80, antes de que Soda Stereo grabara su primer disco. Cuando terminaban los conciertos, Taverna solía pasar un rato por su camarín para hablar sobre cómo había salido todo. Era una especie de ritual. (...)
Hacía calor. Era una noche espesa en Caracas. En el camarín había un espejo, luces ambientales, dos sillones blancos, unas sillas de plástico y una mesa con frutas, botellitas de agua y latas de cerveza. El lugar estaba en un pequeño valle rodeado de montañas. Durante el show, varias nubes habían invadido el escenario dejando a la banda a ciegas. (...)
Afuera del camarín general estaba lleno de gente y Taverna encontró al resto de la banda organizando la foto grupal que sacaban cuando terminaban algún tramo de la gira. Fernando Samalea, el baterista, estaba trepado a una silla de plástico, acomodando la cámara arriba de un mueble para que disparara en automático. Mientras se amontonaban según las indicaciones de Samalea, se dieron cuenta de que faltaba Gustavo y alguien le gritó que fuera, que sólo faltaba él.
Gustavo apareció a último momento y se paró atrás de Taverna. El primer disparo de la cámara salió sin flash, así que Samalea pidió que nadie se moviera y se volvió a subir a la silla para reprogramarla. Taverna se dio vuelta para decirle algo a Gustavo y lo vio pálido, con los ojos desorbitados.
–¿Te sentís bien? –le preguntó.
Gustavo abrió la boca para contestarle, pero no acertó a decirle nada. Fue como si los músculos de su mandíbula no encontraran las palabras. Entonces la cámara disparó su flash y todo el equipo quedó registrado en la última foto de la gira. A su alrededor el grupo se empezó dispersar y Gustavo caminó confundido hacia su camarín.
Mientras lo veía alejarse, Taverna le pidió a Bernaudo que lo acompañara a ver qué le pasaba. Cuando entraron, Gustavo estaba tirado en el sillón, con el saco a un costado, la camisa desabrochada y la boca entreabierta. Pensaron que tenía un pico de presión o que tal vez le había dado un infarto. Bernaudo corrió a buscar a los paramédicos y al ratito volvió con dos chicos que no tendrían más de viente años y que al ver a Gustavo Cerati descompensado no supieron qué hacer. Charly Michel, el kinesiólogo que viajaba con el equipo, revisó qué remedios tenían los paramédicos en sus bolsos y les pidió que fueran a buscar la camilla. Gustavo se podía mover pero estaba como abrumado, lento, y no podía hablar. (...)
Pasó casi una hora hasta que lograron desalojar completamente el lugar: no querían que la descompensación se convirtiera en noticia. Un rato más tarde, dentro de la ambulancia, mientras atravesaban los suburbios residenciales de Caracas a la medianoche, Gustavo todavía parecía estar experimentando cómo el software de su conciencia se enrarecía: estaba acostado en la camilla con los ojos abiertos pero con la mirada perdida.
Dejaron atrás una zona industrial con fábricas, concesionarias de autos y un bingo abandonado antes de llegar al Centro Médico Docente La Trinidad. Cuando bajaron la camilla en la entrada del sector de Emergencias, se encontraron con que los pasillos estaban a oscuras: se había cortado la luz. Mientras avanzaban se cruzaron con una enfermera que les dijo que el grupo electrógeno del hospital sólo funcionaba para la terapia intensiva y los quirófanos, así que volvieron a cargarlo en la ambulancia y lo llevaron hasta otro centro de estudios de la ciudad para que lo atendieran.
Una hora después, cuando terminaron de hacerle los exámenes, lo volvieron a trasladar a La Trinidad. Ya había vuelto la luz y lo dejaron unas horas en observación en la guardia, pero como no presentaba ninguna mejoría ni los médicos tenían un diagnóstico de su estado, a eso de las cuatro de la mañana lo alojaron en la suite presidencial del tercer piso y llamaron por teléfono a un cardiólogo, que les dijo que recién iba a poder ir a las diez. (...)
Al día siguiente, Gustavo se despertó en la clínica consciente pero confundido. El sueño no había tenido su efecto reparador y después de unas horas de inconsciencia se sintió, por primera vez, en un cuerpo que no le respondía del todo. No podía hablar y su costado derecho estaba entumecido, como si sus funciones cerebrales estuvieran replegándose de una parte de su cuerpo.
Cuando Taverna volvió a la clínica a media mañana, lo encontró acostado en la cama, agarrándose el brazo derecho y tocándolo con curiosidad y cierta desesperación.
–¿Cómo te sentís? –le preguntó.
Pero Gustavo no respondió. Se tocaba el brazo, lo agarraba y lo levantaba sin conseguir que se moviera. Un rato después se puso a golpear la baranda de la cama con la mano izquierda con un ritmo fastidiado, lleno de impotencia.
En un momento, se sentó en la cama y trató de levantarse, pero tenía varias cánulas conectadas, así que Taverna tuvo que ayudarlo a caminar esos dos metros hasta el baño. Cuando entró, se vio en el espejo, se quedó quieto y empezó a tocarse la cara, extrañado. Lo miró a Taverna a través del espejo y después volvió a mirarse.
La comisura derecha de la boca se le había dormido y le daba un rictus de rigidez al lado derecho de su rostro. Su cara ya no era del todo su cara.
Al mediodía una enfermera entró a la habitación con la bandeja del almuerzo. Taverna le dijo que no creía que Gustavo tuviera hambre, pero él le agarró el brazo fuerte dándole a entender que sí. Entonces, Taverna le pidió que la dejara sobre un mueble que había y agarró el control remoto de la cama para levantar el respaldo y que Gustavo quedara sentado. Mientras el respaldo subía, no pudo resistirse y se puso a jugar con los botones, volviéndole a bajar el torso y levantándole las piernas: fue la primera vez en el día que la cara de Gustavo adoptó un gesto parecido a una sonrisa. Finalmente Taverna lo dejó con el respaldo levantado y le acercó la bandeja. Cuando la apoyó sobre la cama, le sorprendió que sin tener todavía un diagnóstico sobre qué le pasaba a Gustavo le dieran un menú común de caldo de verdura, pollo con salsa, ensalada y banana frita.
Después de tomar la sopa muy despacio, Gustavo agarró el tenedor con la mano izquierda y trató de desmechar el pollo, pero sólo logró salpicar las sábanas con la salsa y desparramar la comida. Taverna lo ayudó a cortar y Gustavo comió con la voracidad de siempre. Su amigo pensó que tenía que ser una buena señal.(...)
A la hora del té Taverna le preguntó si tenía hambre y Gustavo movió la cabeza indicando que sí. Con Bernaudo, su asistente, trataron de averiguar qué quería comer. Como le gustaban las arepas, le preguntaron si quería una. Gustavo volvió a contestar que sí. Después le preguntaron si quería de carne, de queso o de pollo, pero ya la comunicación fue imposible. Bernaudo fue hasta un puesto y volvió con una de carne desmechada, una de queso y una reina pepeada, de pollo y palta. Sentado en el sillón, Gustavo se comió la de carne desmechada y media de queso. Cuando terminó, se acostó en la cama y le hizo una seña a Taverna para que prendiera la tele.
Taverna agarró el control remoto, prendió el televisor y empezó a hacer zapping hasta que Gustavo le sacó el control y se puso a pasar los canales sin detenerse en ninguno. —Pero pará en alguno —le dijo Taverna. Después de dar varias vueltas por la programación con el control remoto, que sí le respondía y con velocidad, dejó una película ya empezada. Era Dark City, un film noir de ciencia ficción en el que el protagonista es acusado de asesinato pero sufre de amnesia y no recuerda qué pasó, así que tiene que darse a la fuga para escapar de la policía y, sobre todo, ganar tiempo contra su memoria: su cerebro lo está traicionando. Mientras veían la película una enfermera entró a la habitación con la cena. Una bandeja con un plato de fideos, otra sopa, una papa hervida y gelatina. Esa noche se quedaron Charly Michel y la corista Anita Álvarez de Toledo, una de sus mejores amigas. Taverna regresó al hotel pensando que al día siguiente iban a volver a casa. (...)
La segunda noche en la clínica Gustavo también durmió poco y, a la mañana, cuando las enfermeras entraron a la habitación para controlar su estado, lo encontraron sacudiéndose y agarrándose la cabeza con su brazo izquierdo. Tenía los ojos apretados, como si estuviera sufriendo un dolor insoportable. Taverna llegó a la clínica cuando unos camilleros estaban sacando a Gustavo de la habitación para hacerle una tomografía y lo acompañó. En la sala, ayudó a levantarlo para acomodarlo en la camilla de plástico y le sacó una cadenita con un parlante que tenía en el cuello. Acostado en el tomógrafo, Gustavo se movía dolorido y los enfermeros le pedían: —Gustavo, quédate quieto, por favor, quédate quieto. Como no lograban que se calmara, le pidieron a Taverna que entrara y lo sostuviera.
—Ya está, Gus, ya termina —le dijo Taverna, pero Gustavo siguió moviéndose, hasta que en un momento pareció quedarse dormido. Después lo volvieron a acostar en la camilla y lo empujaron por los pasillos hacia otra sala para hacerle un centellograma. Cada tanto abría los ojos muy despacio y los volvía a cerrar. Cuando llegaron, la camilla no pasaba por la puerta y Taverna tuvo que cargarlo. —Agarrate —le dijo. Mientras lo levantaba, Gustavo tiró su brazo por atrás del hombro de su amigo. Taverna lo sentó en la máquina donde le iban a hacer el estudio. Tenía la mirada perdida y la boca entreabierta. Después del estudio lo volvió a cargar en la camilla, lo tapó con una frazada y los enfermeros lo llevaron al cuarto piso para hacerle otro análisis. Media hora más tarde lo dejaron en la habitación y decidieron avisarle a la familia. Gustavo había sufrido un ACV y su cerebro se había inflamado tanto que estaba haciendo presión contra el cráneo. Tenían que operarlo con urgencia.