El exfutbolista Pablo Larios falleció este jueves en Puebla a los 58 años de edad. Larios fue internado en días pasados por una parálisis intestinal, que le provocó un paro respiratorio.
Pablo fue un guardameta histórico en el futbol mexicano, activo de 1980 a 1998, y ampliamente recordado por su paso en la Selección Mexicana, pues defendió los colores del Tri en el Mundial de México 1986. El excancerbero jugó en los clubes Cruz Azul, Puebla, Toros Neza y Zacatepec, además de que siempre maravilló por su estilo único y grandes atajadas con la Selección Mexicana.
La tierra cañera hoy llora la pérdida de su hijo pródigo. Pablo Larios se ha se ha quitado los guantes y se ha marchado por el túnel de vestuarios tras una extenuante lucha por permanecer en el césped de la vida.
Referente de un pretérito lejano donde los futbolistas se vestían de pantalones cortos y portaban en sus rostros prominentes bigotes; revolucionario de un estilo extravagantebajo los tres palos que hizo escuela en el fútbol mexicano. El eterno protector del arco tricolor avienta una mirada de sospecho a ese cielo que conquistó en el Mundial del 86. Hacia allá se dirige, en un último lance, estirando los brazos, congelado en el tiempo como el primer ídolo de una nueva generación.
A pesar de las continuas tragedias que lo acompañaron tras su partida del fútbol –incluyendo la visita de la dama de blanco–, Larios permaneció imbatido, evitando las acometidas con su mejor arma; la sonrisa. Ni siquiera el dolor de la pérdida de un hijo o de una viudez prematura pudo con el arrojo y valentía del oriundo de Zacatepec, ese que volaba entre palo y palo, y custodiaba el área como el más efectivo perro guardián. Lo recordaremos como el primero de una larga lista de colosos que, en un fútbol visto a color, han defendido y salvado el arco mexicano con efectividad quirúrgica y carácter inquebrantable, y cuyo abuelo indiscutible se llama Antonio Carbajal.
De escuálida y acrobática figura, Pablo Larios se despide como el ídolo eterno de la mejor Franja, como el custodio perfecto de aquellos irreverentes Toros Neza, como el generoso sensei del heredero mejor pulido y trabajado de su estirpe; el extraordinario Jorge Campos. Hoy no existen más porteros como ellos. Su recuerdo pertenece a otro tiempo, más auténtico, más feliz; cuando los niños soñaban con cruzar el viento con sus lances y con portar las excéntricas playeras de sus ídolos en cualquier juego de barrio.
La pelota mexicana está de luto. Los guantes de un gigante han quedado vacíos. El eco provocado por el sonar de las campanas de la Catedral poblana retumba en unas calles que lamentan su partida. Hoy las cañas de Zacatepec tienen un sabor amargo. Hasta pronto, Pablo Larios Iwasaki. En nuestra memoria seguirás volando.
El equipo de Renegado lo recuerda con sus 15 mejores atajadas: