Las cabañuelas y el arte de pronosticar el clima según las tías

¿Has visto bolsas de agua colgadas de las ventanas para que no entren las moscas? ¿Has clavado un cuchillo en la tierra para que deje de llover? Esta y otras mamadas curiosidades dichas y hechas por las tías nos ocupan hoy.

¿Has oído hablar de las cabañuelas? Son el cálculo que hace la gente de los pueblos, con base en las características climáticas que se presentan en los primeros 12 días del año para pronosticar el clima durante los próximos 12 meses.

Es difícil establecer con exactitud los orígenes de esta tradición, pero se cree que surgió en el Zamuc, o “Fiesta de las Suertes”, del calendario babilónico, cuya versión hebrea sería la “Fiesta de los Tabernáculos”. En la India también tenían doce días en la mitad del invierno para vaticinar las condiciones climáticas próximas.

En el México prehispánico se cree que los aztecas adoptaron de los mayas este conocimiento (el cual se adaptó al calendario cristiano). Como en ambos casos sus calendarios constaban de 18 meses de veinte días cada uno -más cinco días adicionales que no entraban en los meses-, los primeros 18 días de enero servían para cada uno de los meses y los dos días restantes predecían otros fenómenos: el 19 para pronosticar el tiempo del solsticio de verano y el 20 para el solsticio de invierno. En cuanto a otros grupos de Mesoamérica y Aridoamérica, al parecer nada se ha escrito al respecto, aunque podría suponerse que también tuvieron un sistema similar.

Es así que las cabañuelas son parte del conocimiento empírico del tiempo, para lo cual la gente se basa en los días del primer mes del año y con ello vaticinan las condiciones para los próximos meses; es una auténtica sabiduría oral.

Así, con mucha anticipación ya sabremos cuándo lloverá, qué meses serán muy calientes, cuáles serán fríos, cuándo habrá heladas, y demás, sin necesidad de estar pendientes de los pronósticos del tiempo.

Queda asentado -aun en el inconsciente colectivo-, que el conocimiento popular suele ser muy certero, pues con base en la observación ancestral y cotidiana de los fenómenos naturales, del comportamiento de los animales, del desarrollo de la vegetación e, incluso, de las dolencias repentinas de nuestro propio cuerpo, llegamos a descubrir otros acontecimientos del entorno, aunque se diga que tal conocimiento son cosa del diablo.


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