La historia desgrana la amistad, el despertar sexual y a la misma vida de dos niñas, más o menos a esa edad mágica de los 11 años, fronteriza entre el reino de la infancia y el umbral hacia la adultez, una bisagra fertilísima que las emparejaría con los protagonistas de otras historias inolvidables, como Paulina (Matute), Alfanhuí (Sánchez Ferlosio), los gemelos Claus y Lucas (Agota Kristof) o Momo ('La vida ante sí', de Romain Gary).
Isora, más madura, y la narradora, la amiga que la idolatra y la sigue a ciegas. Dos crías con heridas profundas, deslenguadas y procaces que crecen rodeadas de perros pulgosos y, en ausencia de los padres, al cuidado de abuelas implacables («hoy bebo sangre tuya, cachoputa»). Viven en una aldea al norte de una isla canaria innombrada -Tenerife, presumiblemente, por la presencia constante del "vulcán", dentro y fuera de los cuerpos-, entre cuestas, chumberas y cielos entoldados por la calima que se confunden con el mar: «La tristeza de la gente del barrio eran las nubes, las nubes clavadas en la punta del cogote, en la parte más alta de la columna vertebral, a la hora de la novela». El decorado se yergue en personaje.
Autor: Andrea Abreu
Editorial: Elefanta