Hace siglos, el Valle de México vibraba con el esplendor de sus ríos y canales. Los 45 ríos que surcaban la cuenca no solo eran vías de transporte y comercio, sino el corazón de una ciudad que vivía en armonía con el agua. Hoy, la mayoría de esos ríos yacen ocultos bajo el asfalto, entubados en un intento por modernizar la capital y combatir inundaciones e insalubridad. Sin embargo, esta decisión, tomada con la promesa de progreso, ha desencadenado un desequilibrio ecológico que la Ciudad de México aún paga con creces: hundimientos, inundaciones y un sistema hidrológico roto.
De canales vibrantes a cloacas subterráneas
En su apogeo, los ríos como el Consulado, La Piedad y el Canal de la Viga eran arterias vitales. Este último, descrito por el botánico austriaco Carl Bartholomaeus Heller en 1845 como un “corredor vibrante” lleno de colores, flores y trajineras, era un punto de encuentro para comerciantes y paseantes. Sin embargo, el crecimiento desmedido de la población y la ocupación de tierras transformaron estos cuerpos de agua en depósitos de basura, lodo y, en ocasiones, hasta cadáveres. La percepción cambió: los ríos pasaron de ser un símbolo de vida a focos de infección.
La doctora Natalia Soto Coloballes, investigadora de la UNAM, explica que, durante los siglos XVIII y XIX, la ciudad era vista como insalubre. Enfermedades como la tifoidea y el cólera, alimentadas por las aguas estancadas en la temporada seca, reforzaron la idea de que los ríos eran un problema. En 1878, el Congreso Médico abogó por desecar los cuerpos de agua como una medida sanitaria, un ideal de modernidad que se consolidó durante el Porfiriato y persistió en los gobiernos posrevolucionarios. Así, ríos y canales fueron entubados, y el Canal de la Viga, por ejemplo, se convirtió en una avenida.
El costo de una modernidad mal entendida
El entubamiento de los ríos comenzó a mostrar sus consecuencias desde el siglo XX. En 1925, el ingeniero Roberto Gayol advirtió sobre el hundimiento de la capital, un fenómeno que se agravó con el bombeo excesivo de agua del subsuelo sin permitir su recarga natural. Nabor Carrillo, años más tarde, demostró que esta práctica provocaba un colapso del suelo lacustre, iniciando un desequilibrio hidrológico que aún persiste. Entre 1940 y 1960, ríos como el Churubusco, La Piedad y el Consulado fueron entubados, y el Canal Nacional, antaño una ruta de navegación desde Xochimilco, se convirtió en un colector de aguas negras. En total, 52 kilómetros de ríos desaparecieron bajo tierra, según datos del Sistema de Aguas de la Ciudad de México (Sacmex).
Las grandes obras hidráulicas, como el Túnel Emisor Poniente (1964) y el Emisor Central (1975), prometían acabar con las inundaciones, una de las más severas ocurrió entre el 21 y el 22 de septiembre de 1629, tras una lluvia que cubrió a la ciudad casi por completo. El agua alcanzó más de dos metros de altura y fue tan devastadora que las calles permanecieron anegadas durante cinco años. Hasta 1634.
Sin embargo, estas soluciones no solo fallaron en su propósito, sino que agravaron el problema. La mala planificación urbana, la acumulación de basura en el drenaje y un sistema rebasado hacen que las inundaciones sean una constante cada temporada de lluvias.
Un equilibrio roto
Soto Coloballes señala que el desequilibrio hidrológico comenzó cuando se abrió la cuenca para expulsar el agua, interrumpiendo el ciclo natural que permitía la infiltración y el amortiguamiento del subsuelo. Hoy, la Ciudad de México se hunde hasta 30 centímetros al año, y las inundaciones, lejos de desaparecer, son un recordatorio anual del error de entubar los ríos. Al desecar la cuenca, la ciudad perdió su capacidad de autorregularse, dejando un suelo frágil y un sistema de drenaje incapaz de manejar el agua de lluvia.
El legado de una decisión
Entubar los ríos de la Ciudad de México fue una apuesta por la modernidad que ignoró la relación histórica y ecológica de la capital con sus cuerpos de agua. Lo que alguna vez fue un sistema de canales que conectaba comunidades y nutría la vida urbana se transformó en un laberinto subterráneo de tuberías y problemas. Mientras la ciudad sigue enfrentando hundimientos e inundaciones, la pregunta persiste: ¿es posible revertir este daño y recuperar, aunque sea en parte, el equilibrio perdido? Por ahora, el asfalto guarda el secreto de los ríos que alguna vez definieron la grandeza del Valle de México.