LALA y Bachoco lanzaron sus propios vasos de cristal, cada uno con personalidad propia y listos para competir en el terreno del hype de Starbucks.
El fenómeno del vaso bearista de Starbucks, que ha desatado filas y revuelo en varios países, no pasó desapercibido para otras marcas que vieron en esta tendencia una oportunidad para sumarse al juego de la cultura pop y el coleccionismo. LALA y Bachoco decidieron crear sus propias versiones de vasos de cristal, con un giro muy particular que busca conectar con sus consumidores y reforzar su identidad de marca. Según Statista, más del 70% de los jóvenes de 18 a 34 años compran productos que ven en redes sociales, lo que demuestra el poder del contenido visual en la decisión de compra. La viralidad no solo incrementa ventas, sino que fortalece la conexión emocional entre marca y consumidor, transformando los productos en símbolos de identidad o pertenencia. Las redes sociales, especialmente TikTok e Instagram, impulsan el llamado FOMO en TikTok.
LALA apostó por un diseño que mantiene la ternura del icónico oso, pero adaptado a su estilo y colores distintivos de la marca, incluso con un gorrito de vaca que hace referencia a la leche.

Por su parte, Bachoco decidió ir un paso más allá y mantenerse fiel a su personalidad de marca: su vaso no tiene forma de oso, sino de pollo, un guiño divertido a su identidad y a su historial de seguir tendencias virales. La marca busca, de manera lúdica, capitalizar la popularidad de los vasos coleccionables sin perder su sello característico. Expertos en consumo señalan que este tipo de iniciativas son efectivas para reforzar el branding, ya que permiten que los clientes interactúen de manera tangible con la marca y la compartan en redes sociales, multiplicando su alcance de manera orgánica.

Aunque estas versiones no reemplazan al fenómeno original de Starbucks, muestran cómo las marcas pueden adaptarse rápidamente a tendencias virales, creando productos que mezclan utilidad y entretenimiento. En un mercado donde la creatividad y la conexión emocional son clave, estos vasos de cristal de LALA y Bachoco ejemplifican cómo un simple objeto puede convertirse en un símbolo de participación cultural y marketing inteligente.
El auge de los productos inspirados en tendencias virales refleja un fenómeno más amplio dentro del consumo y es la búsqueda de experiencias visuales y emocionales que trascienden la funcionalidad del producto. Hoy, el diseño y la originalidad pesan tanto como la calidad o el precio, especialmente entre los públicos jóvenes que consumen contenido principalmente a través de redes como Instagram y TikTok.
Según datos de Statista, más del 70% de los consumidores de entre 18 y 34 años afirma haber comprado un producto después de verlo en redes sociales. Esto ha impulsado a las marcas, desde gigantes del retail hasta pequeños negocios locales a experimentar con formatos visuales llamativos que fomenten la compartibilidad digital. El llamado “efecto fomo” o “efecto TikTok” se ha convertido en una herramienta poderosa de marketing orgánico: si algo es atractivo para grabar o fotografiar, se vuelve potencialmente viral.
El vaso Bearista de Starbucks no es un simple termo: es un talismán de estatus disfrazado de osito navideño. La gente lo compra con una urgencia casi animal porque activa dos debilidades humanas muy antiguas y muy bien explotadas. Primera: la necesidad tribal de pertenecer. Cuando ves a cientos haciendo fila a las 5 a.m. o pagando el triple en reventa, no estás comprando un vaso; estás comprando la prueba visible de que “yo también formo parte del club que puede tenerlo”. Es el mismo impulso que hacía que nuestros antepasados se pintaran la cara con los colores de la tribu. Solo que ahora la tribu lleva leggings y pide un Pumpkin Spice Latte.
Segunda: el consumismo como anestesia emocional. En un mundo donde todo se siente fuera de control (economía tambaleante, futuro incierto, redes sociales que te recuerdan cada segundo que eres insuficiente), tener el Bearista te da 30 segundos de dopamina pura: “Lo conseguí. Soy especial. Gané”. Es una victoria pequeñita, barata y adictiva en un mar de derrotas. Y como toda adicción, la dosis anterior ya no alcanza: el año que viene habrá otro osito, otro color, otra edición “limitadísima”. Al final, el vaso no cuesta 1,200 pesos. Cuesta la dignidad de hacer fila como ganado por un pedazo de plástico con orejas, y la gente lo paga gustosa porque, por un instante, sentirse parte de algo y sentirse ganador vale más que sentirse estúpido. Y Starbucks lo sabe perfectamente.