Fallece Eduardo Manzano "El Polivoz" a los 87 años

El escenario de la vida ha bajado el telón para Eduardo Manzano, el inolvidable "Polivoz" de la comedia mexicana. A los 87 años, el comediante, actor y maestro de las imitaciones falleció este jueves 4 de diciembre, dejando un vacío en el corazón de México y un legado de risas que trasciende décadas. Su hijo, el también actor Lalo Manzano, confirmó la noticia a través de redes sociales con un emotivo mensaje: "Hoy el escenario de la vida ha bajado el telón. Mi padre, un comediante querido por miles y un ser humano admirado por todos los que lo conocieron, ha partido de este mundo. Fue un hombre extraordinario, bondadoso, inteligente y con un corazón tan grande como su talento".

 Aunque la causa exacta de su muerte no ha sido revelada, Manzano había enfrentado problemas de salud en años recientes, incluyendo una hospitalización por infección biliar en 2021.

Nacido el 18 de julio de 1938 en la bulliciosa Ciudad de México, Eduardo Eugenio Manzano Balderas creció en un entorno que parecía predestinado para el arte del humor. Desde joven, su oído agudo y su capacidad para modular voces lo llevaron a los micrófonos de la radio y los escenarios del teatro. Inspirado por leyendas como el ranchero José Ángel Espinoza "Ferrusquilla", Manzano comenzó a experimentar con imitaciones que capturaban no solo el timbre, sino el alma de sus personajes. "Yo no imitaba, yo me convertía en ellos", solía decir en entrevistas, recordando cómo aquellas primeras actuaciones en emisoras locales lo prepararon para lo que sería su explosión artística.

El punto de inflexión llegó en 1959, durante el programa radial La Hora del Imitador. Allí, con su interpretación del personaje "El Moscón", empató en el concurso con un joven Enrique Cuenca. Lejos de verse como rivales, ambos unieron fuerzas para formar Los Polivoces, un dúo que revolucionaría la comedia mexicana. Debutaron en el Teatro Ideal de la Ciudad de México, donde su química inmediata –mezcla de ingenio verbal, sketches absurdos y un humor blanco, limpio y accesible– conquistó al público. Pronto, su programa de televisión homónimo se convirtió en un fenómeno en México y Latinoamérica durante las décadas de 1960 y 1970, transmitido por canales como Televisa y exportado a toda la región.

Pero lo que elevó a Manzano a la inmortalidad fue su talento inigualable para las imitaciones y la creación de personajes. Como "El Polivoz", era capaz de encarnar docenas de voces en una sola rutina: desde acentos regionales hasta parodias de celebridades, pasando por sus creaciones originales que se volvieron íconos culturales. ¿Quién no recuerda al extravagante comandante Agallón Mafafas, el torpe militar con bigote postizo y frases marciales ridículas? O al glotón Gordolfo Gelatino, un bonachón obeso obsesionado con la comida que desataba carcajadas con sus devaneos gastronómicos. Junto a Cuenca –quien falleció en 2000–, forjaron también a Don Teofilito, el viejo cascarrabias de sombrero charro, y al excéntrico Wash and Wear, un hippie yanqui con frases en spanglish que satirizaba la cultura pop de la época. Estos personajes no eran meras caricaturas; eran obras maestras de caracterización, donde Manzano usaba su voz camaleónica para darles profundidad emocional, convirtiendo lo absurdo en lo entrañable. Sus imitaciones eran poesía en movimiento, un don que hacía que el público se viera reflejado en sus locuras.

Los Polivoces no se limitaron a la pantalla chica. Incursionaron en el cine con éxitos como Agarrando parejo (1964), Tres mil kilómetros de amor (1967) y El aviso inoportuno (1968), donde sus sketches se expandían a guiones completos llenos de enredos y malentendidos hilarantes. Manzano, además de actuar, manejaba la administración del dúo, negociando contratos y giras que los llevaron a teatros abarrotados en todo el país. Su ética de trabajo era legendaria: "El humor es como el pan, hay que hornearlo fresco todos los días", confesaba en una entrevista de 1985. Incluso colaboró con gigantes como Roberto Gómez Bolaños en la sátira ¡Ahí madre! (1970), demostrando que su versatilidad iba más allá del dúo.

La vida personal de Manzano también estuvo marcada por contrastes. Se casó con la cantante Lourdes Martínez, voz solista del grupo Los Impala, con quien tuvo tres hijos: Eduardo (Lalo), Ariel y Maricela. Dos de ellos siguieron sus pasos en el humor, aunque Lalo se convirtió en el más visible, heredando el legado familiar. Tras su divorcio, Manzano encontró estabilidad junto a su pareja Susana, quien lo acompañó en sus últimos años. No todo fue risas: en 1998, sufrió un atentado durante un asalto en un restaurante capitalino, donde resultó herido de bala al defender a su esposa. Sobrevivió con su característica resiliencia, convirtiendo el episodio en anécdotas que compartía con humor en sus shows.

Después de la muerte de Cuenca en 2000, Manzano no se retiró. Al contrario, reinventó su carrera con roles en cine y televisión que mostraban su madurez actoral. Prestó su voz a personajes animados como Khan en Nikté y participó en filmes como Escuela para brujas (1990) y Yo hice a Roque III (1993). Pero su regreso triunfal llegó en 2007 con Una familia de diez, donde interpretó al entrañable abuelo Arnoldo López Conejo, un patriarca gruñón pero de oro que robó escenas junto a Jorge Ortiz de Pinedo. La serie, un hit de comedia familiar, lo mantuvo vigente hasta sus últimos episodios, conectando su humor clásico con nuevas audiencias. 

Políticos, colegas y fans coinciden: Manzano no solo imitaba voces, creaba mundos enteros de alegría. Su partida cierra un capítulo de la Edad de Oro mexicana, pero sus personajes –esos eternos compañeros de risas– seguirán resonando en los recuerdos colectivos. Eduardo Manzano no se fue; solo cambió de escenario.


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