En 1914, Ernest Shackleton, un experimentado explorador británico, zarpó con 27 hombres desde Inglaterra con un ambicioso objetivo: cruzar a pie el continente antártico de mar a mar, pasando por el Polo Sur, en lo que se conoce como la Expedición Imperial Transantártica. Sin embargo, el destino tenía otros planes para ellos.
El barco, el Endurance, quedó atrapado en el hielo del mar de Weddell en enero de 1915, antes de que la expedición pudiera siquiera desembarcar en la Antártida. Durante meses, la tripulación luchó contra las gélidas temperaturas mientras el barco permanecía inmovilizado, hasta que, en octubre de ese año, la presión del hielo lo aplastó y finalmente se hundió. Shackleton y sus hombres quedaron varados en medio de un desierto helado, sin comunicación con el mundo exterior y con provisiones limitadas.
Durante casi dos años, sobrevivieron en condiciones extremas. Primero acamparon sobre el hielo flotante, subsistiendo con lo que pudieron salvar del barco: comida enlatada, focas y pingüinos que cazaban. Las temperaturas eran brutales, cayendo por debajo de los -30 °C, y el constante movimiento del hielo amenazaba con abrir grietas mortales bajo sus pies. Cuando el hielo comenzó a derretirse, se trasladaron a los botes salvavidas y lograron llegar a la desolada isla Elefante, un lugar remoto y deshabitado en el océano Austral. Todos asumieron que morirían allí, congelados y olvidados, ya que nadie sabía dónde estaban ni que seguían vivos.
Pero Shackleton no se rindió. Ideó un plan audaz y casi imposible para salvar a su tripulación: él y cinco de sus hombres más fuertes tomarían uno de los botes salvavidas, el James Caird, una pequeña embarcación de apenas 7 metros, y navegarían 1,300 kilómetros a través del tormentoso océano Austral hasta la isla de Georgia del Sur, donde había una estación ballenera. Era una apuesta desesperada: las olas alcanzaban alturas de hasta 15 metros, los vientos eran implacables y el frío era insoportable. Sin embargo, tras 16 días de navegación infernal, lograron llegar a Georgia del Sur el 10 de mayo de 1916.
Aún no habían terminado. Shackleton y dos de sus hombres cruzaron a pie las montañas y glaciares inexplorados de la isla, una travesía agotadora de 36 horas sin equipo adecuado, hasta llegar a la estación ballenera de Stromness. Desde allí, organizó el rescate de los 22 hombres que habían quedado en la isla Elefante. Tras varios intentos frustrados por el hielo y las condiciones, finalmente, el 30 de agosto de 1916, un barco chileno, el Yelcho, logró alcanzarlos. Increíblemente, los 28 hombres de la expedición —Shackleton y sus 27 compañeros— sobrevivieron.
Lo más asombroso de esta historia no es solo el plan arriesgado de Shackleton, sino su liderazgo y determinación para no dejar a nadie atrás. Aunque nunca logró cruzar la Antártida, su hazaña se convirtió en una de las mayores epopeyas de supervivencia de la historia. Shackleton murió años después, en 1922, durante otra expedición, pero su legado sigue vivo como símbolo de resistencia humana frente a lo imposible.