Frank Sinatra hizo un memorable concierto la noche del 22 de junio de 1991 en el Palacio de los Deportes de la Ciudad de México. Muchos no sabían entonces que Sinatra no podía entrar a México desde 1966, apenas una década después del primer y único concierto que había ofrecido en la capital del país, en los años 50, en el cine Internacional.
El entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz había prohibido su entrada al país por el escándalo que significó la película Marriage on the Rocks, dirigida por Jack Donohue en 1965, y coproducida y protagonizada por Sinatra.
Los censores de la época habían considerado que la cinta presentaba al país de manera distorsionada.
En realidad, se trataba de una sencilla comedia sobre una pareja con problemas que viaja a México con el propósito de reconciliarse y termina divorciándose por una serie de malentendidos. No obstante, el ridículo papel de las autoridades mexicanas al parecer fue suficiente para impedir que la cinta llegara a las pantallas de este país.
La censura y veto presidencial, sin embargo, no impidieron que Sinatra, en diciembre de 1966, viajara a México de manera ilegal para celebrar su cumpleaños en Acapulco, al lado de sus mejores amigos.
De aquella semana de diciembre el cantante pasó en las playas mexicanas, hospedado en el hotel Las Brisas, dieron cuenta los archivos desclasificados por el gobierno mexicano en 1998.
A estos tuvo acceso el periodista Jacinto Rodríguez Munguía, el primero que reconstruyó esta historia a partir de los informes de un espía del gobierno mexicano, que siguió durante 7 días los pasos de Sinatra por el puerto.
En los años 60, Acapulco era el más famoso destino turístico de México y uno de los favoritos de las estrellas de Hollywood y las celebrities estadounidenses, quienes se habían quedado sin Cuba luego de la revolución de 1959.
La lista de los famosos que pasearon por sus playas y navegaron por sus costas en yates privados es tan extensa como las leyendas que de ellos se escribieron en el puerto.
El matrimonio de John F. Kenedy con la joven Jacqueline Bouvier, las andanzas de Errol Flyn a bordo de su yate, el brillo de las divas Bridgitte Bardot y Elizabeth Taylor caminando por las playas en bikini, las fastuosas visitas del Sha de Irán, Mohammad Reza Phalavi, las excentricidades de Dalí, las escenas de celos de Johnny Weissmüller y Lupe Velez… De muchos famosos había algo que contar en Acapulco.
En aquel cosmopolita puerto de los años sesenta aterrizó Sinatra, acompañado de un grupo de amigos que celebrarían con él su cumpleaños 51 en el hotel Las Brisas, uno de los más exclusivos y fastuosos de la época.
“A Las Brisas sólo accedían los más ricos y más famosos”, cuenta Jacinto R. Murguía, quien recuerda que allí se hospedaron personajes como Henry Kissinger, Nikita Kruschev, Lady Bird Johnson (esposa de Lyndon B. Johnson, ex presidente de Estados Unidos) y el mismo John F. Kennedy.
Sinatra debía entrar a México en el más absoluto sigilo para que el presidente Díaz Ordaz no se enterara de su visita.
Gracias al arropo de un influyente grupo de amigos mexicanos, pudo entrar al país. Pero no sabía que tras sus pasos caminaba la sombra de un agente secreto de nombre José Hassanille B, el espía que documentó todos sus movimientos y dejó reporte de aquella visita “secreta” de la estrella de Hollywood.
“No reconocía a la gente que acompañaba a Sinatra, mucho menos sabía cómo se escribían sus nombres”, relata R. Murguía. “No cita, por ejemplo, a Mia Farrow, quien de acuerdo con los tiempos venía con Sinatra en uno de los dos aviones que aterrizaron en Acapulco, pues se habían casado en julio de ese mismo año”.
Como sea, Hassanille cumplió con su tarea de documentar cada movimiento de Sinatra y de impedir que aquella visita ilegal trascendiera en los medios.
De la afición de México por el espionaje político, existen textos que documentan las operaciones de las más importantes agencias de inteligencia en el mundo, como la CIA (Estados Unidos), la KGB ( Unión Soviética) y hasta el Mossad (Israel).
En el país, la responsabilidad del espionaje político recayó especialmente en la Dirección Federal de Seguridad –aunque no fue la única–, que dependía de la Secretaría de Gobernación.
El organigrama de este ministerio también incluía la Dirección de Cinematografía, que el 16 de febrero de 1966 recibió de la distribuidora de películas Warner Bros. la cinta Marriage on the Rocks, con una ficha de reparto que incluye los nombres de Frank Sinatra, Deborah Kerr y Dean Martin.
Entre febrero y marzo de 1966 la película comenzó “el tortuoso camino de análisis y evaluación que estaba a cargo de escritores, poetas, ensayistas, historiadores, algunos ya en la cumbre de su trabajo, aunque la mayoría, jóvenes que apenas iban poniendo los primeros ladrillos de su futuro en el mundo cultural e intelectual”, relata Jacinto R. Murguía. Entre ellos, asegura, estaba nada menos que el escritor Carlos Fuentes.
“A este grupo se le encargaba la tarea de evaluar —censurar o aprobar— si las películas extranjeras cumplían con los criterios establecidos por el mismo gobierno y, a partir de ello, sugerían si eran adecuadas para su difusión masiva”.
Marriage on the Rocks (“Segunda luna de miel”, por su traducción al español) tropezó en el camino. Los “analistas” consideraron que la película era “una comedia de situaciones que presenta un México adulterado y caricaturesco, donde se abusa del turismo, se visten trajes folclóricos, y los mexicanos se especializaban en divorcios y casamientos al vapor”.
Así la describió el escritor Gustavo Sainz, el 18 de febrero de 1966. Y sigue en su análisis: “Considero que éstos son elementos suficientes para que se prohíba la exhibición de la cinta, pero solicito una supervisión para observar si es posible que, cortando todas las secuencias que suceden en nuestro país, el guion sea congruente”.
La película pasó después por la mirada de otro experto, Fernando Macotela, entonces jefe del Departamento de Supervisión. Este “consideró que la imagen que se mostraba de México trató de ser simpática y en broma, pero se convirtió en algo falso, ofensivo y denigrante para el país”, dice Jacinto R. Murguía.
“Macotela, en los documentos hallados en los archivos muertos, sugiere a su jefe inmediato Moya Palencia, hacer cortes, volver a revisarla, aunque reconocía que por la fama internacional de los actores y la misma empresa Warner Bros., sería imposible evitar que ésta se distribuyera en otros países desacreditando la ‘honorabilidad’ del país que estaba por ser sede de los Juegos Olímpicos de 1968”, relata el periodista.
Su análisis cierra con una lápida sobre la figura de Sinatra: “Es lamentable considerar que el actor y coproductor Frank Sinatra, que conoce bien México, invierta dinero en una obra que ofende a un país que siempre lo ha recibido”. Su recomendación: clasificarla “sólo para adultos”.
La cinta pasó una siguiente etapa de juicio a cargo del entonces director de Cinematografía, Mario Moya Palencia, quien ofreció el último comentario de censura. “He dado instrucciones para que se indique a la empresa distribuidora que debe ser suprimida la totalidad de las escenas que se desarrollan en México y las dos o tres escenas que tienen lugar en los Estados Unidos, en las que se hacen alusiones despectivas a México (…) Con esos cortes, la película (que vi anoche) perderá coherencia y seguramente optarán por no exhibirla en nuestro país, además que la operadora manifestará a los distribuidores que carece de interés comercial su exhibición”, escribió en el documento.
La cinta, efectivamente, no se exhibió. Además, el presidente Díaz Ordaz ordenó prohibir la entrada a México de Sinatra. Su veto, sin embargo, no detuvo las ganas de Sinatra de celebrar en México su cumpleaños.
Lejos de cualquier inhibición política, Sinatra anunció a la prensa su intención de viajar a México y así lo publica el diario San Diego Union, el 5 de abril de 1966, de acuerdo con la investigación periodística.
Los funcionarios del gobierno, por supuesto, estaban al tanto y no hicieron mucho por impedir la ayuda que Sinatra recibió de su influyente grupo de amigos mexicanos que intercedieron ante las autoridades migratorias para que Sinatra aterrizara en Acapulco en diciembre de 1966.
Entre ellos estaba Miguel Alemán Velasco, hijo del ex presidente Miguel Alemán y empresario de medios, y el mismo Moya Palencia que había censurado la película de Sinatra.
Así se lo confesó al periodista un cercano colaborador de Alemán Velasco de esos años.
Le dijo: “Por supuesto que en ese enredo para evitar que el presidente se enterara, estuvo el mismo Mario Moya Palencia. Ambos afectos a tejer relaciones con el mundo de los intelectuales y el mundo del espectáculo. Los documentos del caso se encuentran en cajas de la Dirección que encabezaba. Seguro que no salieron de ahí nunca”.
“¿Se lo dijeron al presidente? ¿Le informaron que el incómodo Sinatra había pisado tierras mexicanas?”, se pregunta el periodista. “Hay varios elementos para dudarlo”, asegura. “Para los medios de comunicación, estuvo vetado el acceso al actor. Así que al menos en los principales diarios esta visita no existió”.
El espía mexicano, en cambio, no perdió un solo detalle de la estancia de Sinatra en México. Incluso, anotó “En lo personal, consume bastante cantidad de whisky marca Jack Daniel’s etiqueta negra, en las rocas y casi una botella diaria…”.
Casi tres décadas después, en su regreso a un escenario mexicano en el Palacio de los Deportes, Sinatra agradecía: “Gracias México. Me siento muy contento de estar aquí, de lograr este sueño”.
Via Elia Baltazar