Simón Simonazo y Súper Chizz: La irreverencia que conquistó el cómic mexicano

En las calles de Ciudad Nezahualcóyotl, entre el bullicio de los barrios populares y el eco de las tocadas punk de los setenta, nació un fenómeno cultural que rompió moldes y desafió convenciones: Simón Simonazo. Esta revista, publicada por primera vez el 27 de noviembre de 1978, no era solo una historieta; era un reflejo crudo, hilarante y sin filtros de la vida adolescente mexicana. Acompañada por su inseparable parodia musical, Súper Chizz, una versión “bien a la mexicana” de la banda de rock KISS, la publicación se convirtió en un ícono de la contracultura juvenil, adorada por millones y temida por las autoridades y padres de familia.

El origen de la “Trinca Infernal”

Creada por un equipo liderado por Samuel Marín, conocido como “El Pinche Sam”, junto a Rodolfo “Fito” Rivera, Ramiro “Pollo” Solís y el caricaturista Jesús Morales García, alias “Moraliux”, Simón Simonazo seguía las andanzas de El Simón, El Patas y El Enano, apodados la “Trinca Infernal”. Estos tres amigos, estudiantes y fans del rock como El Tri, vivían aventuras que mezclaban el humor callejero con sátiras de la vida cotidiana. Sus historias retrataban la rebeldía adolescente: ligar a la chica más guapa de la colonia, enfrentarse a maestros autoritarios o burlarse de la represión policial, todo con un lenguaje que capturaba el acento cantadito de la “banda”.

Lo que hacía única a la revista era su estilo desenfadado. Las groserías, aunque maquilladas con dibujitos ingeniosos —un cocinerito para “pinche” o un carnero para “cabrón”—, eran entendibles hasta para el lector más ingenuo. Este recurso, creado por el equipo Evenflo, burlaba la estricta censura de la época y le dio a Simón Simonazo un aire de complicidad con sus lectores. Era como si los personajes hablaran como nosotros, como si fueran tus cuates del barrio.

Súper Chizz

Pero si Simón Simonazo era el alma de la fiesta, Súper Chizz era el estallido de energía. Inspirados en KISS, los Súper Chizz eran cuatro superhéroes que, entre guitarrazos y aventuras absurdas, defendían a las “nenas desvalidas” con un humor cargado de albur y sátira. Sus historias, dibujadas con trazos exagerados y caricaturescos, parodiaban desde superhéroes gringos hasta íconos pop como Madonna o Mazinger Z. La parodia era tan efectiva que incluso Gene Simmons, bajista de KISS, reconoció el homenaje con entusiasmo en redes sociales, compartiendo imágenes de la revista.

“Los Chizz eran un golpe de genialidad. Tomaron algo extranjero y lo hicieron tan mexicano que sentías que eran de tu colonia”, cuenta Beto Martínez, amigo y colaborador de Moraliux. Con el tiempo, los Chizz se volvieron tan populares que aparecían en portadas y ediciones especiales, consolidándose como un símbolo de la creatividad irreverente del cómic mexicano.



En las calles de Ciudad Nezahualcóyotl, entre el bullicio de los barrios populares y el eco de las tocadas punk de los setenta, nació un fenómeno cultural que rompió moldes y desafió convenciones: Simón Simonazo. Esta revista, publicada por primera vez el 27 de noviembre de 1978, no era solo una historieta; era un reflejo crudo, hilarante y sin filtros de la vida adolescente mexicana. Acompañada por su inseparable parodia musical, Súper Chizz, una versión “bien a la mexicana” de la banda de rock KISS, la publicación se convirtió en un ícono de la contracultura juvenil, adorada por millones y temida por las autoridades y padres de familia.

El origen de la “Trinca Infernal”

Creada por un equipo liderado por Samuel Marín, conocido como “El Pinche Sam”, junto a Rodolfo “Fito” Rivera, Ramiro “Pollo” Solís y el caricaturista Jesús Morales García, alias “Moraliux”, Simón Simonazo seguía las andanzas de El Simón, El Patas y El Enano, apodados la “Trinca Infernal”. Estos tres amigos, estudiantes y fans del rock como El Tri, vivían aventuras que mezclaban el humor callejero con sátiras de la vida cotidiana. Sus historias retrataban la rebeldía adolescente: ligar a la chica más guapa de la colonia, enfrentarse a maestros autoritarios o burlarse de la represión policial, todo con un lenguaje que capturaba el acento cantadito de la “banda”.

Lo que hacía única a la revista era su estilo desenfadado. Las groserías, aunque maquilladas con dibujitos ingeniosos —un cocinerito para “pinche” o un carnero para “cabrón”—, eran entendibles hasta para el lector más ingenuo. Este recurso, creado por el equipo Evenflo, burlaba la estricta censura de la época y le dio a Simón Simonazo un aire de complicidad con sus lectores. Era como si los personajes hablaran como nosotros, como si fueran tus cuates del barrio.

Súper Chizz

Pero si Simón Simonazo era el alma de la fiesta, Súper Chizz era el estallido de energía. Inspirados en KISS, los Súper Chizz eran cuatro superhéroes que, entre guitarrazos y aventuras absurdas, defendían a las “nenas desvalidas” con un humor cargado de albur y sátira. Sus historias, dibujadas con trazos exagerados y caricaturescos, parodiaban desde superhéroes gringos hasta íconos pop como Madonna o Mazinger Z. La parodia era tan efectiva que incluso Gene Simmons, bajista de KISS, reconoció el homenaje con entusiasmo en redes sociales, compartiendo imágenes de la revista.

“Los Chizz eran un golpe de genialidad. Tomaron algo extranjero y lo hicieron tan mexicano que sentías que eran de tu colonia”, cuenta Beto Martínez, amigo y colaborador de Moraliux. Con el tiempo, los Chizz se volvieron tan populares que aparecían en portadas y ediciones especiales, consolidándose como un símbolo de la creatividad irreverente del cómic mexicano.

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El impacto de Simón Simonazo fue brutal. En sus primeros números, imprimía 40 mil copias semanales, pero su popularidad explotó hasta alcanzar, según estimaciones, casi dos millones de ejemplares distribuidos en México, Estados Unidos y Sudamérica. Durante diez años, de 1978 a 1988, la revista conquistó a jóvenes que veían en sus páginas un escape a la represión social y moral de la época. Sin embargo, no todo fue risas: las autoridades la acusaban de “vulgar” y “corruptora”, mientras muchos padres destruían los ejemplares de sus hijos, haciendo que hoy un número en buen estado pueda valer miles de pesos entre coleccionistas.

A pesar de las tormentas, el equipo detrás de la revista nunca se rindió. Moraliux, con su trazo “chuzco pero cotorro”, llevó las riendas creativas tras la salida de Samuel Marín por conflictos con la editorial Mina. Junto al Pollo Solís en guiones y Quique Robledo en colores, lograron mantener el espíritu gamberro hasta el número final, el 478, publicado el 29 de febrero de 1988.

Hoy, Simón Simonazo y Súper Chizz son más que un recuerdo nostálgico; son un tesoro cultural. En mercados como MercadoLibre, colecciones de 36 revistas se venden como “joyas históricas”, mientras eventos como La Mole o el Tianguis del Chopo reúnen a fans que aún celebran su humor. Moraliux, ahora un veterano del cómic, sigue siendo aclamado en convenciones, donde comparte anécdotas y firma prints que apoyan causas como la Fundación Amor Sin Raza.

¿Por qué sigue viva esta historieta? Porque Simón Simonazo no solo hablaba de los setenta u ochenta; hablaba de lo que significa ser joven, rebelde y mexicano. Sus viñetas, llenas de albures, corazones rotos y guitarrazos, son un recordatorio de que el humor siempre será un arma contra la censura y el aburrimiento. Como diría El Simón: “¡Órale, que no decaiga la fiesta!”


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