Mauricio Monsalvo Manzano
¡Un Dios maldijo la vida del emigrante! Reza la vieja canción de los Celtas cortos, grupo vallisoletano que en la segunda mitad de los años noventa tuvo un éxito importante en la península ibérica, no sin razón. Ellos como otros, colocaban ya desde su posición la variada problemática humanitaria que generaba la migración multidireccional masiva.
Existen cientos de estudios, informes, tesis y testimonios focalizados en las causas sociales, políticas o históricas que motivan a los ciudadanos de una determinada región para abandonar sus espacios vitales en busca de otros que les permitan acceder a una vida digna, dicho lo menos. Cada causa, cada historia, está tejida con el hilo conductor de la tragedia, toda vez que el pastel de la bonanza no se ha repartido equitativamente.
Los años de pandemia por la COVID, generaron un desacomodo en la inercia que llevaban los movimientos migratorios, de acuerdo con estudios proporcionados por la ONU, el flujo migratorio de los países establecidos en las zonas intertropicales y el hemisferio sur, se retrajo considerablemente; en Europa incluso se presentó un éxodo de trabajadores que volvieron a sus países de origen, asentados principalmente en África, cuya consecuencia fue la falta de mano de obra posterior en la base productiva de países como Inglaterra, Francia y España, principalmente.
Casos similares aunque con variables demográficas, se han presentado en Canadá, Australia y Nueva Zelandia, donde los gobiernos incluso han tenido que generar planes de atracción de migrantes para refrescar la fuerza laboral.
El conflicto geopolítico entre occidente y Rusia, que tiene como campo de batalla a Ucrania ha provocado una migración intereuropea con características particulares. De las 442.2 millones de personas que vivían en el perímetro de la Unión Europea en 2021, 23.7 millones, son inmigrantes externos y cerca de 30 millones son inmigrantes nacidos en la Unión.
Por su parte, de acuerdo con un informe realizado por World Immigration Report de la ONU, en los Estados Unidos de América, el número actual de inmigrantes es de 51 millones, de los cuales, se estima que 38 millones son de origen mexicano, estos representan alrededor del 10 % de la población total estadounidense. Cada uno con una historia escrita bajo el signo de la maldición de la que hablaban los Celtas cortos.
Pobreza extrema, guerra, narcotráfico y violencia son consideradas las causas históricas de la migración y son los países asentados en el hemisferio sur, los generadores de los éxodos; todo ello, a pesar de que el cuerno de la abundancia del tercer mundo existe aún como el principal suministrador de insumos que se manufacturan para el estado de bienestar del norte, Nearshoring le llaman al reacomodo de la fuerza de trabajo. La mala noticia con la que han tenido que lidiar la CIA, las multinacionales y los imperios sempiternos, es que los recursos no se mueven. Ni el cobre chileno, ni el petróleo venezolano o subsahariano, ni el litio argentino o el diamante surafricano se han logrado desarraigar, para obtenerlo ha sido necesario generar conflictos, cosa que todo aquel con dos dedos de frente debería ya saber.
Sea de la manera que se explique, la migración es básicamente, el resultado de una relación de explotación.
De regreso al continente americano, las políticas de “proteccionismo migratorio” esgrimidas por un grupo de gobernadores y congresistas de corte republicano, cuyo enclave retórico se centra en el racismo y la xenofobia del “America First” ha colocado la crisis humanitaria de la migración en la frontera con México en un “estado de emergencia absoluta” que sin duda, le ha hecho implosión al sistema Estadounidense. Para estas fechas, es evidente la molestia de los pequeños empresarios, granjeros y prestadores de servicios cuya fuerza laboral hispanohablante tomó la sabia decisión de ausentarse de los lugares de trabajo, tras las amenazas de Greg Abott y Ron DeSantis, gobernadores de Texas y Florida respectivamente, de activar las redadas antiinmigrantes en los espacios laborales que sin duda tienen perfectamente localizados. Ni el más ingenuo párvulo creería que los migrantes sin papeles no están bajo la lupa de la buena justicia sureña. Por miedo o precaución, la ausencia de los trabajadores mexicanos, ha provocado pérdidas millonarias en el pequeño empresariado rubio, cuyo voto mayoritariamente fue dirigido hacia sus verdugos arriba nombrados, “América first”.
En un viaje migratorio que realicé hace un año por las demarcaciones fronterizas del sur de Estados Unidos, pude recoger impresiones que me generaron mayor inquietud que esperanza sobre el American Dream. Crucé por la frontera de Ciudad Acuña, Coahuila un día después de que en el poblado de Allende a unos cien kilómetros de “La línea”, un tráiler se incendiara y quedase abandonado con una carga de indocumentados sofocados, entre los que se encontraban por supuesto, niños. Otra de las 51 millones de tragedias que no se cuentan, porque ya no importa contarlas en un mundo volátil e inmediato, historias que no se ven bien en Instagram.
A pesar de que los agentes migratorios tomasen una hora de mi existencia para deliberar, me permitieron cruzar por el puente del Rio Bravo, que bajo aquella luz dorada de la tarde lucía con toda su belleza, con la atracción de un encantador de serpientes. Veía el correr permanente de la muerte que el agua arrastra como transportadora de esperanzas que nacieron difuntas en otras tierras. El flujo de estas aguas se concentra unos veinte kilómetros al noroeste de Ciudad Acuña, justo en la Presa de la Amistad.
Al dia siguiente de mi encuentro con los oficiales de migración, un lugareño dueño de un motel en Del Río, me platicaba que “cuando es temporada de alto flujo de inmigrantes, los gringos abren las compuertas de la presa para subir el caudal del Rio Bravo y así evitar que los wetbacks crucen a nado. De cualquier manera, si lo logran, del otro lado están los grupos de halcones caza-mexicanos con uniforme de Border Patrol para detectar las presas humanas. Diversas organizaciones de Derechos Humanos han acelerado sus trabajos en la franja fronteriza que “el Bravo” une desde Cd. Acuña-Del Río con Eagle Pass-Piedras Negras hasta Laredo, conocido hoy como el corredor de la muerte, debido al creciente número de fosas clandestinas que se han encontrado en ranchos de la región, en del lado estadounidense y que comienzan a llamar la atención de los medios de comunicación, principalmente hispanohablantes y de los congresistas demócratas que ni tardos ni perezosos han visto la ganancia de una buena pesca en este río revuelto de muertos. Nada sería más satisfactorio para ellos, que lograr apoderarse de Texas, pero ni en los calenturientos sueños de Joe Biden eso será posible. Texas continúa atascada en las ideas de la preguerra de secesión. Los supremacistas blancos texanos habitan un mundo aparte bajo sus sombreros.
Continuará….