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José José

El triste, almohada, la nave del olvido, amar y querer, preso; las cantinas de arrabal y los amaneceres de juerga no volverán a ser los mismo.

Murió el Príncipe de la canción: José José.


Pasó su vida luchando contra el alcoholismo, se quedó sin voz. Aquel joven de la colonia Claveria, José Sosa Ortiz de apenas 22 años sorprendió a un país entero el 15 de marzo de 1970 con un sol natural y 16 compases sin respirar durante su interpretación en la segunda edición del Festival Mundial de la Canción Latina. El público enloqueció, las rosas le llovían, artistas de la talla de Angélica María o Marco Antonio Muñiz se habían quedado boquiabiertos. Con los acordes de "El triste" había nacido una estrella.

Siempre al acecho de un vaso de Bacardí blanco con Coca Cola, sin hielo. Los mejores tiempos no duraron mucho. Sus pulmones se llenaron de pus y su diafragma se quedó paralizado. Había sufrido una neumonía fulminante. José José tenía 24 años, se alimentaba de ron y cualquier estupefaciente que le ayudara a olvidar su divorcio con Kiki Herrera y después de Ana Elena Noreña (la madre de dos de sus hijos).

José José vendía hasta tres millones de copias de cada álbum, la gente enloquecía al verlo. El público abarrotaba sus temporadas en El Patio, el centro nocturno más popular de la capital situado en la calle Atenas, a unos pasos del Reloj Chino. Gente de Polanco y de La Merced, del Pedregal o de la colonia Guerrero. Todos iban a ver al príncipe. Las filas se alargaban hasta dar vuelta por la calle Abraham González, por el costado oriente y por Bucareli del lado poniente.

En medio de la fama siempre hubo una cadena de abusos y José José siempre fue el eslabón más débil, saqueado por sus representantes, atormentado por la ausencia de su voz, por la depresión, José José comenzó desde joven a vivir esporádicamente en centros de rehabilitación.

Para los noventa, el esmoquin no ayudaba a esconder los excesos a los que fue sometido su cuerpo durante más de 20 años, como cuando subió a cantar 40 y 20 y tras entonar como pudo las primeras notas se echó a llorar, por no poderse mantener de pie. Qué difícil es cuando las cosas no van bien.

Después de su fama arrolladora vivía en un taxi con un grupo al que apodaba El escuadrón de la muerte. Un día de resaca recuerda que le preguntó a uno de ellos: "¿Por qué no nos hemos muerto todavía", "Por las calorías del alcohol", respondió el más aguerrido.

Sara Salazar, Sarita, su última mujer, madre de su hija menor, es a quien le debe su resurrección.

Ya sin voz, agotada por inyecciones de cortisona durante años, pues era lo único que le permitía disfrazar los síntomas de su autodestrucción, se dedicó a las telenovelas. Él, que había vendido más de 100 millones de discos, que había llenado el Madison Square Garden y el Radio City Music Hall de Nueva York, tuvo que recurrir a algunos papeles en Televisa para recuperarse económicamente. En 2007 sufrió una parálisis facial en la mitad de su cara debido a la enfermedad de Lyme, que le afectó también al habla, además de la diabetes que desarrolló por su alcoholismo, en 2001 padeció un enfisema pulmonar, tenía una hernia de hiato y desarrolló cáncer de páncreas, el cual lo venció a los 71 años en un hospital de la ciudad de Homestead, al sur de Florida.

Su legado traspasa generaciones y sin duda estará siempre en las mentes de aquellos que hemos sentido para bien o para mal lo que es el amor.


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